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Eterno Nijinsky (página 3)
Si L’Après-midi d’un faune había provocado un estruendoso escándalo en la conservadora y puritana
sociedad parisina de la época, Le Sacre du printemps desencadenó tal cantidad de protestas en su
estreno, que llegó un punto en que los gritos de parte público impedían que aquellos que
pretendían disfrutar de la obra pudiesen oír lo que la orquesta trataba de interpretar.
Algunos críticos se aventuraron a calificar la obra de “Massacre du printemps”, atacando de esta forma
tanto al compositor como al coreógrafo, y los libros franceses de historia se referían a 1913, ya en
puertas de la Primera Guerra Mundial, como “el año de la Sacre”.
Vaslav Nijinsky en la "Danse siamoise" de Orientales (1910).
Foto de Eugene Druet (1868-1916). Paris, Biblioteca Nacional de Francia.
Biblioteca-Museo de la Opera. © BNF.
Pero su siguiente trabajo, Jeux, tampoco iba a pasar desapercibido, ya que el artista se tomó la libertad de aparecer sobre el escenario bailando en puntas, lo que en técnica clásica de danza está reservado únicamente a la mujer; tampoco ésto fue algo inesperado en Vaslav, que llevaba años tratando de convencer sin éxito a su empresario y amante de que le permitiera interpretar el role de Karsavina en Le Spectre de la rose. Si bien su talento creativo era innegable, parte de los bailarines de la compañía se quejaban de forma permanente de su falta absoluta de musicalidad, que unida a la vanguardista métrica de la Sacre, hacía que tuvieran que ayudarse entre ellos, marcando los tiempos entre bambalinas para ayudar a los intérpretes. Eso no le impidió, sin embargo, ir más allá de la mera creación e idear un método de anotación coreográfica que, lamentablemente, no tuvo tiempo de perfeccionar.
Pero… ¿y de su propia vida? Del Nijinsky humano sabemos muy poco. Ya desde su
época de escolar, Vaslav presentaba dificultades para relacionarse con sus compañeros, por lo que
se refugiaba en las relaciones familiares, especialmente en su madre, su hermana Bronislava
(más tarde bailarina y coreógrafa) y su hermano Stanislav, que sufrió desde muy joven una grave
enfermedad mental.
Su clara dependencia, tanto sentimental como profesional de Serge Diaghilev
– el hombre que le había abierto las puertas al triunfo y la creación – y de los propios Ballets
Russes, tuvo un precipitado y dramático final tras su sorprendente boda con Romola de Pulszky,
una joven de origen polaco, también miembro de la compañía.
El comienzo de la Guerra Mundial le sumió en un período de aislamiento e inactividad
que inexorablemente, le llevó a la locura.
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