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Gato negro, Gato blanco
Tiempos de gitanos (REALIDAD SEMANAL Año 4 - Nº190) por Raúl Forlán Lamarque
Considerado "el Fellini de los Balcanes ", Emir Kusturica insiste en practicar
un estupendo retrato sobre la comunidad gitana en tono de comedia en su largo "Gato
negro, gato blanco".
Toda la picaresca de la trama es un claro homenaje a una cultura que sobrevive con sus
modos trágicos y sus maneras de júbilo.
Parece difícil a priori aceptar que un cineasta (y asimismo bajista de una banda de rocanrol)
de la estatura intelectual y creativa de Emir Kusturica despliegue toda su sensibilidad,
su mirada siempre escrutadora sobre la superficie de la comedia picaresca, esa que no elude
el golpe y porrazo, el grotesco y los latigazos satíricos.
Pero Kusturica, el maestro que ha resuelto formidablemente filmes como precisamente Tiempo
de gitanos y Underground con una avasallante, desmoronadora caligrafía dramática,
posee todo el derecho de deslizarse en la territorialidad de la comedia para volver a indagar
la cultura gitana: esa comunidad que ha sobrevivido a todas las épocas en condiciones de
margen, más allá de sus riquezas y sus pobrezas -esa polaridad- sus miserias, sus
ritualidades y sus modos de vida en este caso a la rivera del Danubio.
Gato negro, gato blanco refiere, según el refrán, a la suerte. A esa noción de los
afortunados y los desafortunados que, de algún modo, marca la línea de gestión del filme con
esos personajes que le imprimen al propio relato un calor humanista en sus maneras de
relacionarse, de ser y estar, de andar anímicamente la comarca, la propia geografía de sus
realidades y sus ensoñaciones, sus generosidades y sus mezquindades.
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