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"La vida y otros contratos", poesía de Gustavo Lerena
una edición de Civiles Iletrados
Metafísica coloquial, podría llamársele a la poesía de Gustavo Lerena. Poeta que vivió
a la búsqueda infatigable de lo bello y lo bueno, como un pez solitario nadando por un
mar contaminado. Detrás del despilfarro, la ostentación y la vulgaridad que relucen en
la ciudad maravilla, Lerena sentía el sufrimiento, olía la pobreza. Al leer sus páginas
se siente su risa burlona ante las candilejas, y su corazón desnudo para la verdad.
Gustavo Lerena nació el 2 de diciembre de 1954 y murió el 3 de noviembre de 1998. Dedicó su
vida a escuchar a los desoídos, a ser justo para que ganase menos veces la injusticia y
a dar hasta lo que no tenía, para que los pobres fueran menos pobres. Intentó ser fuerte
para sostener a los débiles hasta abusar de su propio corazón. Fue un gran amigo, un gran
padre y marido. Fue el mejor hombre.
No escribió un solo verso que fuera ajeno al dolor y a la felicidad que a cada uno le toca. Se sintió pequeño, mínimo, frente a la enormidad de lo colectivo y ante los avatares enigmáticos de la vida. ¿Quién soy yo? es la primera pregunta y es también la última de este libro que él dejó inédito y que hoy publicamos para probar -como si fuera necesario- que Gustavo está vivo. Hijo literario de la antipoesía y del exteriorismo, hijo de su humildad atea y también cristiana, el poeta es apenas uno más. Desde ese lugar común se coloca para cantarle a cada cosa circunstancial y significativa, esas poquedades que hacen la vida diaria. Las suyas son palabras enronquecidas de fumador, con sonrisas tristes y dejos amables.
Lerena era uno de los que no paran de pensar. Cada línea de su pensamiento dibuja su poesía, la construye y contorsiona. Y al cabo de leerlo se descubre que busca la forma, pero no la perfección formal. Esa imperfección es la hija deliberada de alguien preocupado por los pensamientos que lo atosigan, y más que preocupado por las cosas que urge dejar en claro. Por ejemplo, en principio está claro que la vida es agua que estalla contra la roca, que el hombre está solo y desnudo y únicamente posee un lenguaje primitivo; que la mujer es la terra incógnita a explorar; el deseo, el impulso de vivir; el poeta, uno que no encuentra las palabras. Ésas son algunas de las certezas en los tiempos de poesía desatada como rebelión, cuando encontró que los versos eran arma y amparo. Pero en un trayecto de pocos años, también las seguridades cambian y, las mismas cosas, se vuelven otras cosas. Incluso el yo es otro, un desconocido para el lector: no soy el mismo no me conocés, y nosotros -los otros- ya no somos percibidos de la misma forma: es que los demás están diferentes.
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